Ayer tuvimos una evidencia palpable de la crudeza que lleva implícita el verso inmortal de Gardel y la subsistencia de la buena amistad a través del tiempo. Nos reunimos cuatro amigos: José Mari Maya, Carles Gausachs y Pedro Soto, después de treinta años en los que se habían intercalado tan sólo visitas esporádicas entre nosotros. Las imborrables vivencias de antaño convirtieron hogaño este día en algo inolvidable, en una profusa fuente de nuevas e intensas emociones, en un día feliz, feliz...
Josemari observa al bodhisattva tumbado en la entrada del monasterio Dag Shang Kagyu de Panillo.
Visitantes del monasterio.
Se acabó la visita. Nos vamos hacia Troncedo en lo alto de la montaña.
Subidón de alegría: están restaurando el Torreón de Troncedo. Pedro pudo ver el legado de los reyes medievales de su Pamplona.
Bajamos hasta el valle de la Fueva, y en el Mesón de Ligüerre de Cinca paramos a echar un tentempie.
Y después seguimos hasta Abizanda, para visitar a nuestros amigos Paco Paricio y Pilar Amorós de los Titiriteros de Binefar, y su maravilloso Museo de los Títeres en ese magnífico enclave del Sobrarbe. Y eso merece una o varias entradas por su excelencia y singularidad. Tuvimos ocasión de felicitarles por el más reciente de sus galardones obtenidos, y hacerles palpable el orgullo de nuestra ya vieja amistad. Quedamos todos emplazados para una nueva visita, y evidentemente otra fuerte emoción convulsionando nuestros zarandeados corazones.
Entrada al Museo.
Homenaje al títere que les ha dado tanto...
Adios a Paco y Pilar que irrumpimos de súbito en medio de su comida, y nos atendieron con exquisita amabilidad. Volveremos...
Y ya en casa en Barbastro nos esperaba una opípara comida, de la que dimos buena cuenta.
Treinta años no es nada, tan sólo un episodio. Pronto nos volvemos a ver, colegas.
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